Conferencia de Mons. Viganò sobre Identidad Católica

2. Eclipse de la verdadera Iglesia

Desde hace sesenta años presenciamos como la Iglesia verdadera es eclipsada por una antiglesia que poco a poco ha usurpado su nombre y ocupado la Curia y los dicasterios romanos, así como las diócesis, parroquias, seminarios, universidades y monasterios. La antiglesia ha usurpado su autoridad, y sus ministros visten las vestiduras sagradas de la Iglesia; se vale del prestigio y el poder de la Iglesia para apropiarse de sus tesoros, bienes y dinero.

Tal como sucede en la naturaleza, este eclipse no se ha producido de golpe; se pasa de la luz a las tinieblas cuando un cuerpo celeste se interpone entre el sol y nosotros. Es un proceso relativamente lento pero inexorable en el que la luna de la antiglesia sigue su órbita hasta que se superpone al Sol, creando un cono de sombra que se proyecta sobre la Tierra. Actualmente nos encontramos en ese cono de sombra doctrinal, moral, litúrgico y disciplinario. No es todavía el eclipse total que veremos al final de los tiempos durante el reinado del Anticristo. Es un eclipse parcial que nos permite ver la corona luminosa del Sol rodeando el negro disco de la Luna.

El proceso que ha llevado al eclipse actual de la Iglesia se inició indudablemente con el modernismo. La antiglesia siguió su órbita a pesar de las condenas solemnes del Magisterio, que durante aquella fase alumbraban con el esplendor de la Verdad. Pero con el Concilio Vaticano II las tinieblas de esa falsa entidad descendieron sobre la Iglesia. En un principio sólo se oscureció una pequeña parte, pero poco a poco las tinieblas fueron en aumento. Si alguno señalaba al Sol deduciendo que Luna no tardaría en ocultarlo, era acusado de  profeta de desgracia con lo modos de fanatismo e intolerancia que nacen de la ignorancia y los prejuicios. El caso del arzobispo Marcel Lefebvre y otros prelados confirma por un lado la previsión de esos pastores, y por otro la desordenada reacción de sus adversarios, que por miedo a perder el poder se valieron de toda su autoridad para negar la evidencia y disimular sus verdaderas intenciones.

Prosigamos con la analogía: podemos afirmar que en el firmamento de la Fe un eclipse es un fenómeno extraordinario y poco frecuente. Pero negar que durante el eclipse se expanden las tinieblas, sólo porque en circunstancias normales no suceda tal cosa, no es señal de fe en la indefectibilidad de la Iglesia, sino tozuda negación de la evidencia, si no de mala fe. Según las promesas de Cristo, la Santa Iglesia nunca será vencida por las puertas del Infierno; pero eso no quiere decir que no vaya a estar –o que no lo esté ya– ocultada por la infernal falsificación: esa luna que, no por casualidad, vemos pisoteada por la Mujer del Apocalipsis: «Una gran señal apareció en el cielo: una mujer revestida del sol y con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas» (Ap. 12,1).

La luna está bajo los pies de la Mujer que está por encima de toda mutabilidad, de toda corrupción terrenal, de la ley del destino y del reino del espíritu de este mundo. Ello se debe a que esa Mujer, que es a la vez imagen de María Santísima y de la Iglesia, está amicta sole, vestida con el Sol de Justicia, que es Cristo, «libre de todo poder demoniaco mientras participa en el misterio de la inmutabilidad de Cristo» (San Ambrosio). Se mantiene incólume, si no en su reino militante, ciertamente en las penas del Purgatorio y en el triunfante del Paraíso. Comentando las Escrituras, San Jerónimo nos recuerda que «las puertas del Infierno son los pecados y los vicios, y en particular las enseñanzas de los herejes». Sabemos, por tanto, que incluso la síntesis de todas las herejías que es el modernismo y su versión actualizada por el Concilio jamás podrá oscurecer el esplendor de la Esposa de Cristo sino apenas por el breve espacio de tiempo que ha permitido la Providencia en su infinita sabiduría para sacar mayor provecho de ello.

1. Vivimos tiempos extraordinarios 〈〈〈〈

〉〉〉〉 3. Abandono de la dimensión espiritual”

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